Hoy, en el autobús, convertido para mí en un estudio movible de lectura a velocidad media de 50 páginas por trayecto, ha sucedido un desencanto, y sí, lo generalizo…
Sentado junto a la puerta abatible trasera del autobús de línea regular (muy regular sí, diario más bien), una señora (parecía extraída de un aquelarre por su apariencia, limpia pero no saludable) comenzó a agraviar el ambiente ya de por sí muy inestable, alzando la voz a varias adolescentes que se situaban al fondo de la sala con teléfonos móviles con el que escuchaban, y todos escuchábamos, una música atroz.
-¡Asesinos!, ¡criminales!, ¡repugnantes! Se le veía cada vez más nerviosa, moviéndose por el ocioso espacio de la estrecha sala de lectura… ¡La muerte en directo! , añadió.Ya era exclamativo su aterrador estado, repetía dichas palabras sin moverse cada vez más encerrada en sí.
La siguiente parada es su auxilio, se baja y corre hacia una farola y se esconde detrás, previniendo a la cola de personas que esperaban entrar en la sala de lectura de los asesinos que le esperaban dentro.
Mientras, mi compañero de pupitre, unos 40 años aproximadamente reía “incombustiblemente” de su estado, animado por todos los restantes lectores sin libros.
Aún carcajeamos de las enfermedades mentales.